El primero es el caso de NeverSeconds, un blog creado en 2012 por Martha Payne, una niña escocesa de 9 años en el que posteaba fotos y análisis de la comida que le daban en la escuela. Primero lentamente, luego más rápido, el blog comenzó a aumentar sus lectores hasta llegar a miles de visitas, momento en el que la Dirección de la escuela -cuenta Clay Shirky- le prohibió sacar (y por tanto, subir) fotos de la comida. En cuanto publicó un post de despedida en el blog contando la situación, la reacción de sus lectores fue tan intensa que la propia escuela se desdijo el mismo día, negando haber censurado a la niña y permitiéndole seguir posteando sus fotos.
Aquí se cruzan varios atravesamientos. Por un lado el derecho -ejercido y luego reivindicado- de la niña de publicar y puntuar sus almuerzos escolares; así como por otro el de sus lectores de reclamar que la censura no se llevase a cabo, dado principalmente que el contenido del blog "a priori" no injuriaba flagrantemente a nadie.
La escuela intentó coartar el derecho de libre expresión de la estudiante, pero subestimó el poder que una herramienta como Internet tiene para movilizar grupos en pos de causas que crean justas.
El segundo ejemplo es local. El año pasado hubo elecciones presidenciales en mi país, Uruguay. Una de las polémicas que se creó fue centrada en las campañas a través de Internet y en cómo rompían la veda política. Avisos en YouTube, banners en sitios de noticias y tweets promocionados irrumpieron en las pantallas de los uruguayos en plena veda electoral.
En este caso queda claro cómo la falta de nueva legislación (o modificación en la existente) crea un vacío legal que es aprovechado por los políticos. Asimismo, la Corte Electoral -dice el artículo- se pregunta si tener "veda digital" no sería coartar la libertad de expresión, por lo que un interesante debate
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