29 de diciembre de 2010

La odisea de Michoacán

Pedido del autor: Sírvase escuchar esta pieza musical para leer la siguiente historia, refleja perfectamente la velocidad de los sucesos.




Aproximadamente las 16:00. Navegaba alegremente por la web cuando recordé que hacía unos 20 minutos que no entraba a ver si se ponían en venta las entradas para Marco Antonio Solís.

Ojo, no soy de esas personas infradotadas mentales y carentes de instinto de autoconservación que escucha esa música, pero mi madre lo es (y esa es una de los fundamentos para mi teoría de que soy adotpado). Este año, por allá por Abril, se enteró que el tipo este (que se parece más a Jesucristo que a un cantante honesto, seamos sinceros) venía a Uruguay, y desde ese momento parece una adolescente. Canta y baila sus canciones, sube el volumen cuando dan una maratón de él en Crónica (léase casi siempre), mira las entrevistas... está hecha una pendeja de nuevo.
Así que yo, como buen hijo que intento ser, junté plata y le iba a comprar la entrada.
Créanme, esas últimas semanas no habían sido fáciles. Desde recorrer todos los sitios habidos y por haber del señor, desde Facebook, Twitter y página oficial hasta el Club de Fans de Uruguay; donde ponen fotos de sus reuniones. Son 15 personas, y entre todas suman más de 2500 años.

Bueno, enseguida miré los precios. La entrada más cara estaba a mi alcance. Rápidamente me saqué la ropa de andar en casa y me calcé unos trapos medianamente decentes. Agarré la plata y salí. Corrí 4 cuadras a toda velocidad y caminé las tres restantes. Llegué al Redpagos haciendo lo posible por sonar como una persona normal, que no corrió la mitad del camino entre su casa y el local para comprar una entrada para Marco Antonio Solís. Me acerqué a la ventanilla y le dije a la chica:

"Hola, ¿tenés entradas para... Marco Antonio Solís?"

Y por dentro escuché el sonido de mi reputación cayendo en picada. Me dijo que no estaban a la venta (aunque yo sabía que sí) pero que ellos sí las vendían bla bla bla. (honestamente dejé de escuchar en el 'No')
Me fui del Redpagos y a los poquitos segundos me acordé que Red Uts tiene venta telefónica, entonces volví a salir corriendo hasta casa, esquivando autos, gente y un par de teresos de perro, para llegar y ver qué onda con eso.
Llegué a casa y tardé un minuto en recuperarme para llamar como una persona normal. Llamé. Me dijeron que la compra telefónica tenía recargo y no sé qué cosa más; así que me quise hacer el superhombre que todo lo puede y dije que no. Me fijé cuál era el Redpagos más cercano, me cambié de ropa (ya estaba toda traspirada) y salí. En la parada ya me sentía como alguno de los presos fugados de Prison Break, pero tenía una misión que cumplir y la iba a cumplir a como diera lugar. Vino un bondi y subí. Bajé como si hubiera una bomba -ya fuera explosiva o de olor- y me dirigí raudo y veloz al Redpagos. El Redpagos era chiquitito. Hice la fila, y cuando me tocó, traté de decir las mismas palabras que le dije a la chica, hacía ya largos 15 minutos, de manera tal que el tipo me escuchara pero no el resto del local. Obviamente fracasé, y todos se enteraron que quería entradas para Marco Antonio. Encima, para peor, el tipo (era un tipo, me fue mil veces más difícil pedirle entradas para semejante evento) me dijo que no había manera posible para él de fijarse en ese momento (en palabras de Maradona, tocuen).
Salí volando de ahí con solo dos palabras en la mente: venta telefónica. Pero claro, ahí me veía en una disyuntiva compleja: quedarme en la parada esperando un bondi para ir a casa o empezar a caminar rumbo a casa, acercándome más a mi objetivo, pero alejándome del elemento que me acercaría más rápido al objetivo (el bondi). Decidí dejar la menor cantidad de factores al azar y caminé. No miento, caminé quizás 10 cuadras en un trís, no sé cuánto fue, pero fue muy rápido. Cuando me faltaban unas 9 cuadras para llegar, veo un bondi que me sirve. Estaba a una cuadra de la parada. NO SÉ cómo hice para llegar habiendo corrido todo lo que corrí. Me dije a mí mismo "Si llegás, no vas a tener que volver a correr ningún ómnibus nunca más en tu vida". Con ese ímpetu corrí, y lo alcancé de casualidad. Bajé y nuevamente corrí endemoniadamente a casa.
Llegué, me tomé unos segundos para respirar -estaba muerto- y llamé. Estoy casi seguro que me atendió la misma operadora, que habrá pensado 'otra vez este pelotudo'. Le dije lo mismo, me dijo lo mismo. Me dijo que tenía primera fila al costado o tercera al medio. Elegí primera fila. Concretamos la compra, le di mis datos y fin. ¿Fin? Claro que no.

Llamé a mi vieja para decirle que las entradas todavía no estaban a la venta, que ni siquiera intentara comprarlas porque no habían salido. Se lo creyó. Todo estuvo bien durante unos 20 minutos, hasta que recibo un mensaje de mi vieja diciendo "La vecina de Fulana ya compró la entrada". Lo primero que pensé fue 'qué ganas de joder que tiene la vecina de Fulana. Qué ganas de cagarme la vida.' Pero tenía que pensar una excusa rápidamente. Muy tarde. Mi celular ya estaba sonando y no había pasado ni medio minuto del mensaje.

Resumiré -y recrearé- la conversación así:
Madre: La vecina de Fulana tiene entrada!
Yo: No están a la venta!
Madre: Vos no querés que vaya!
Yo: No, estúpida, ya te compré la entrada. Gracias por arruinarme la sorpresa.

Bien, ya había comprado la entrada y no tenía ninguna sorpresa que preparar. ¿win-win? No señor. Después llegaría lo peor.

Vuelve mi vieja del dentista. Me saluda efusivamente y me pide la entrada. ¡Mamita querida! Ahí sí que había que inventarse algo. ¿Cómo le explico que compré la entrada pero no la tengo? Fácil, no se lo explico. "No madre, no te voy a mostrar la entrada." ¿Fácil no? No. Obviamente no. Tuve que desembuchar la verdad. La frase "la compré pero no la tengo porque la compré por teléfono" no fue la mejor elección, pero era la verdad. Lo más directo. Por supuesto que ahí empezó el circo (romano) "Me dejaste sin entrada" "Ta, no te preocupes, mañana yo voy y me compro una" y otras fueron las frases que salieron del ventilador que mi vieja tiene por boca en situaciones así. Yo hice silencio y esperé.

Long story short, un par de días después aparece la bendita entrada. Se la doy en la mano a mi vieja, acción que acompaño con un insulto fuerte y directo (¿¡¿qué?!? ¿No tengo derecho a descargarme acaso?).

El resultado final de la penuria.


Mi vieja fue a ver al señor que se parece mucho a Jesús y volvió como una adolescente enloquecida. Pero eso es para otra historia.

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